viernes, 17 de agosto de 2012

Entre la Puerta y la Pared





Entre la Puerta y la Pared

         Me llamaron a eso de las siete, que fuera a casa de David, que no había prisa pero que fuera, que teníamos que hablar de algo. Ya no lo recuerdo. Era alguna estupidez. Me masturbé, me duché y fui.
         Cuando llegue estaban allí David y Héctor, sentados en la terraza, en unas sillas de esas de varillas blancas y con telas de estampados cutres, herencia nefasta del gusto pésimo de la década pasada.
         Héctor gesticula de manera ostentosa, me fije, por casualidad, en su brazo. Ya no era el chico flacucho y enclenque del instituto. Nunca entendí porque David se llevaba bien con él, porqué no le robaba y maltrataba como hacía con otros.
La hermana de David, Lucía, estaba en el salón. Acababa de subir de la piscina. Se notaba el olor a cloro de su piel y la humedad de su bikini. La miré de arriba abajo, analizándola con detenimiento. Nunca he podido entender porque a Héctor le atraía tanto. Yo la veía excesivamente delgada, como una espiga; parecía endeble, que se fuera a romper.
-      Hola, “Miki”. – Se levantó y me besó en la mejilla.
Conteste de forma escueta y salí fuera. A beber cerveza en lata de marca Aurum y fumar tabaco Ámsterdam. Hablamos de lo que teníamos que hablar. No os puedo contar sobre qué, porque como ya os he dicho: no lo recuerdo.
No tardo mucho en aparecer. Arreglada. Bien peinada. Oliendo a alguna colonia cara que no supe reconocer. Por instinto mire a Héctor y por curiosidad morbosa, un segundo  después, mire a David. Los ojos de Héctor se notaron impresionados, cortados, tímidos; los de David, nerviosos, cortantes, agresivos; intentado acabar con esa situación lo antes posible.
Se hizo de noche, y Madrid se iluminaba bella en el Agosto agobiante. David colocaba algo de tabaco sobre el papel y Héctor jugueteaba con su mano nerviosa sobre él posa brazos de la silla.
-      Voy al baño. – Dijo.
Yo no le creí. Aunque eso es un sentimiento que reflexioné unos segundos después. Así que me levanté con alguna escusa barata. Pasé de la terraza al salón y fui hacía el baño con la cabeza excesivamente rígida, girando mis ojos de un lado a otro de forma impía.
La puerta del baño estaba abierta y la luz apagada. Un sonido de respiración acelerada y profunda atrajo mi atención hacia uno de los cuartos. Escondido en la seguridad del pasillo espié entre la puerta y la pared. Y le vi. Vi a Héctor con el pantalón medio bajado, acariciándose su miembro mientras restregaba su cara desencajada por las sabanas de Lucía. 

Volví a la terraza y no dije nada. Agarré la lata de cerveza con tranquilidad, inicié una conversación trivial y volví a mirar el cielo. Creo que dentro de tanto desprecio le envidié por conseguir lo que tanto quería.

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