Entre la Puerta y
la Pared
Me llamaron a
eso de las siete, que fuera a casa de David, que no había prisa pero que fuera,
que teníamos que hablar de algo. Ya no lo recuerdo. Era alguna estupidez. Me
masturbé, me duché y fui.
Cuando llegue
estaban allí David y Héctor, sentados en la terraza, en unas sillas de esas de
varillas blancas y con telas de estampados cutres, herencia nefasta del gusto
pésimo de la década pasada.
Héctor
gesticula de manera ostentosa, me fije, por casualidad, en su brazo. Ya no era
el chico flacucho y enclenque del instituto. Nunca entendí porque David se
llevaba bien con él, porqué no le robaba y maltrataba como hacía con otros.
La hermana de David, Lucía,
estaba en el salón. Acababa de subir de la piscina. Se notaba el olor a cloro
de su piel y la humedad de su bikini. La miré de arriba abajo, analizándola con
detenimiento. Nunca he podido entender porque a Héctor le atraía tanto. Yo la
veía excesivamente delgada, como una espiga; parecía endeble, que se fuera a
romper.
-
Hola, “Miki”. – Se levantó y me besó en la
mejilla.
Conteste de forma escueta y salí
fuera. A beber cerveza en lata de marca Aurum y fumar tabaco Ámsterdam.
Hablamos de lo que teníamos que hablar. No os puedo contar sobre qué, porque
como ya os he dicho: no lo recuerdo.
No tardo mucho en aparecer.
Arreglada. Bien peinada. Oliendo a alguna colonia cara que no supe reconocer.
Por instinto mire a Héctor y por curiosidad morbosa, un segundo después, mire a David. Los ojos de Héctor se notaron
impresionados, cortados, tímidos; los de David, nerviosos, cortantes,
agresivos; intentado acabar con esa situación lo antes posible.
Se hizo de noche, y Madrid se
iluminaba bella en el Agosto agobiante. David colocaba algo de tabaco sobre el
papel y Héctor jugueteaba con su mano nerviosa sobre él posa brazos de la
silla.
-
Voy al baño. – Dijo.
Yo no le creí. Aunque eso es un
sentimiento que reflexioné unos segundos después. Así que me levanté con alguna
escusa barata. Pasé de la terraza al salón y fui hacía el baño con la cabeza
excesivamente rígida, girando mis ojos de un lado a otro de forma impía.
La puerta del baño estaba abierta
y la luz apagada. Un sonido de respiración acelerada y profunda atrajo mi
atención hacia uno de los cuartos. Escondido en la seguridad del pasillo espié
entre la puerta y la pared. Y le vi. Vi a Héctor con el pantalón medio bajado,
acariciándose su miembro mientras restregaba su cara desencajada por las
sabanas de Lucía.
Volví a la terraza y no dije
nada. Agarré la lata de cerveza con tranquilidad, inicié una conversación
trivial y volví a mirar el cielo. Creo que dentro de tanto desprecio le envidié
por conseguir lo que tanto quería.
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