viernes, 21 de octubre de 2011

El Techo y el Pintor

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El Techo y el Pintor

Hay un hombre en el suelo de su habitación. La mirada está perdida en ella, en el infinito, se escapa de las cadenas del techo. ¿Qué hará? ¿Dónde estará? ¿Quién la acompañará? ¿Se divertirá? ¿Llorará? No lo sabe, por eso sigue con la mirada en el infinito, en ella. Su cabeza no hace más que esperar hasta el estimulo de felicidad que llegué el próximo día que la vea. ¿La volverá a ver? ¿Desaparecerá?
Sigue con la mirada en el techo. No recuerda de qué color es porque no lo mira. No mira el techo aunque aparentemente estén allí fijos sus ojos. El mira a una chica. A alguien en quien reposar la cabeza y a quien poder abrazar cuando sus ojos se humedezcan. El mira al techo pero no lo ve. Ve una chica de preciosa mirada y dulce caminar.
Enciende un cigarro y el techo sigue ahí. Ojalá estuviera el cielo. Ojalá estuviera ella. El humo decora formas en el aire pero él tampoco las ve porque solo la ve a ella. Ve fotos y recuerdos cortos llenos de personalidad y sonrisas.
El techo le cierra. El techo le imposibilita. No le gusta el techo. Lo quiere dulce, lo quiere verde y brillante, lo quiere lleno de posibilidades y flores, para que la próxima vez que lo mire, el techo no esté allí. Allí, esté ella.
Se incorpora, coge su estuche de pinturas y pinta. Pinta el grito angustiando que sale de su alma abrazado por un par de rosas.
El mira el techo. El techo está ahí y él lo mira. Lo mira porque el techo es otro. Él la mira a ella.