martes, 1 de febrero de 2011

Dos Aves Tocadas

La amistad tiene plumas


Dos Aves Tocadas

En un islote de Oceanía, un islote mezquino, pedregoso, dos náufragos caminan por la playa como dos cormoranes heridos.* Oceanía es un bar cerca del metro de Peñagrande en el que borrachos, trasnochados y gentes dedicadas a oscuros trajines llenan la barra. Por allí caminan, sobre esa arena de colillas, esos dos hombres de corazón hundido, como ave herida, hasta la barra en busca de algún trago que les haga olvidar.
Hace semanas que sus almas no cogen el vuelo, el uno por solitario y el otro por herido. Un día y otro hacen lo propio para encontrar lo justo e ir una noche y otra a privar. Amanece siempre con resaca y la luna siempre los saluda entre humo y alcohol.
-      Le voy a matar. – Dice el herido.
-      ¿Qué coño dices? – Contesta el otro, tras apoyar la jarra sobre el mostrador.
-      Le voy a quemar. – Insiste herido.
-      ¿Te vas a joder más?
-      Me la suda.
-      Anda, vamos a dar un paseo. – Saca la cartera y paga.


Abandonan Oceanía sin rumbo exacto, borrachos, con paso lento, incapaces de volar. Arrastrando su pusilánime existencia llegan a un rincón oscuro, rodeado de arboles, donde las aves ya están durmiendo.
-      Le pienso joder. – Continúa herido mientras su acompañante se quita el abrigo, la sudadera y la camiseta.
-      Yo también me la he follado. –Dice solitario.
-      No digas gilipolleces. – Herido no da lugar a la duda en su cabeza.
-      Si me la he follado. – Solitario bebe un poco de la botella de cerveza y le agarra fuerte con las alas la cabeza. - ¡Me la he follado!
-      No me jodas. – Dice Herido.
-      ¡Vamos! – Solitario le golpea. – ¡Desahógate!
-      ¡Cállate! – Grita herido
-       ¡He sido yo! – Dice Solitario. – ¡Imagina que he sido yo! – La voz retumba en todos los nidos.
Los golpes caen como lluvia sobre las rocas y el cuerpo de solitario se tambalea. Le gustaría quedarse pero su cuerpo solo sabe huir. Ante la furia de de herido le agarra del cuello hasta que cae de rodillas, luego le libera y es que los cormoranes pueden llorar. Las lágrimas, de uno por el otro, del otro por el uno y por si mismo, mojan las rocas del desfiladero de la vida, teñidas de blanco por las heces.
-      No te quiero hacer daño. – solloza herido. – Me ha jodido, tío. Me ha jodido y yo no le he hecho nada. ¿Por qué?
Ante tan dura pregunta solo contesta el ruido impío de algunos pájaros que siguen cosechando sus nidos ajenos a las aves de ala rota. Ellas se visten y vuelven a hundir sus patas en el alcohol.




* Frase extraída del cuento "El Valor" de Ángel Zapata