El ideal se puede romper
Los pies sucios
La chica rubia tiene los pies sucios. Los tiene sucios por que anda descalza por el puerto de un lado para otro; siempre con su bañador de chico y esa camiseta de propaganda de la escuela de buceo.
Yo me solía sentar a tomar el café en el bar de la esquina, una de esas cafeterías con sillas de plástico y sombrillas roídas. Me sentaba allí a ver los barcos entrar y salir del puerto y como de vez en cuando, una furgoneta cargaba unas botellas, a unos submarinistas y se iba. La chica rubia de vez en cuando me miraba y al poco, nos acabamos saludando.
Ella siempre se sentaba en una de estas sillas, rojas, con el color comido por el sol y apoyaba los pies en la mesa. Su rostro siempre mostraba cansancio a eso de la media tarde. Un cansancio de esos que se pueden llevar y que gusta llevar, el cansancio producido por una actividad que te agrada.
Cierto día me senté a hablar con ella. Cogí mi café y una silla y me coloqué a su lado. Ella se incorporó, recogió sus pies de la mesa y me regaló una sonrisa como mostrándome el agrado de mi compañía.
La chica rubia de los pies sucios era de Liverpool y trabajaba en verano en Fuengirola, como monitora de submarinismo, hablaba un español pésimo y se solía proteger los ojos de los rayos del sol con unas enormes gafas negras.
Así hablamos, un día y otro, y poco a poco me fue agradando más su compañía hasta que un día la vi con chanclas. Ya no era la chica rubia de los pies sucios ahora era la chica rubia…nada más. Así que me levanté de la mesa, la di un par de besos y me fui al café de la plaza, donde los chicos juegan a la pelota.
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